martes, septiembre 21, 2004

Cuando le pedí a mi amante que hiciéramos el amor como animales un brillo arcano y erótico apareció en su mirada. Jaló mi camisa con fuerza rompiendo los hilos que sostienen los botones. Me tomó de los hombros, me arrojó contra la cama, me jaló el pantalón para ver mi virilidad, se bajó las bragas y sin quitarse la falda me montó. Se balanceo de forma violenta golpeándome en el acto. Ejecutando un ir y venir hasta que su sexo quedó complacido.

En realidad, lo que yo traía en mente, era ponernos en cuatro extremidades, colocarnos a turnos atrás de cada quien y comenzar a lamer y oler nuestras intimidades. Yo quería descubrir los ciclos de nuestra sexualidad a través de los olores y sabores guardados durante todo el día. Tal como lo hace el perro en el celo de la perra

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