lunes, abril 18, 2005

Los domingos siempre me han deprimido. Es difícil encontrar una situación que me provoque plenitud. Siempre está la amenaza del Lunes, de las responsabilidades, del retorno al lo cotidiano.

Nadie puede negar que los domingos son diferentes. Basta con salir a la calle y escuchar los sonidos, respirar el aire, mirar a la gente. Hay un quiebre en la vida y se renueva la existencia. La renovación es dolorosa.

Quizás el domingo es diferente, no por el exterior sino porque nos enfrenta al interior. Nos avienta contra la reflexión, a convivir con la familia y por ende con el yo porque en la convivencia familiar se ejercitan nuestros límites:

Este domingo solo estuve yo. Apagué la tele, escuché el viento, mi cuarto era un desastre, tenía dolor de estómago y me dio cruda por el tequila del sábado. La idea era hacer un análisis psicológico completo pero solo pude escribir estas líneas de reflexión.

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