Debería de haber trabajos donde la tristeza fuese útil.
Oficinas grises, con sillas incómodas y sin ventanas. Con luz amarilla y piso de madera crujiente. Donde hubiera teléfonos negros y los suicidas pudieran hablar con dolientes y chillones que están en condiciones más miserables.
Si hubiera trabajos para tristes serían temporales, eso sí, no de medio turno. Tendría que ser posible que se pudiera trabajar dos o tres jornadas diarias. Por semanas, meses o años.
El día que se le acabe a esos empleados la tristeza hay que correrlos sin indemnización porque suficientes prestaciones tuvieron al dejárseles trabajar horas extras.
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