viernes, mayo 06, 2005

No tengo miedo de entrar. Este cuerpo delgado que parece tan frágil no se dobla con cualquier borrasca. Mis piernas, de muslos afilados como rocas en un acantilado, soportan este peso y otros más. Hacen su trabajo sin queja, llevándome en silencio a cualquier destino.

Mi andar es más firme que el granizo o que el plástico de la carrocería de carros último modelo. No me aferro al amanecer ni al atardecer, tan solo a alcanzar el mediodía abrazador de esta tierra y seguir en pie por el puro placer de llegar.

No tengo miedo aunque no habrá luz y los espectros se desaten con gritos sin esperanza. Mis manos, pequeñas, también frágiles como las de oficinista, como las de médico, son suficientes para cubrir mis oidos, y asi dejar de oir cuando mi miedo deje entrar los miedos de esos espectros.

No tengo miedo, más miedo tienen ellos. Los que viven allí, los que habitan en medio de lamentos. Pasado vuelto presente perenne y esperanzador.

Confió en mí cuerpo para realizar este viaje. Ya tengo todo mi equipaje.

Me despojo de mis ropas y doy el primer paso con el pie derecho.

Luego el izquierdo, luego el derecho, luego....

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